Month: febrer de 2009

Fins que callin. Fins que marxin

(versión en castellano aquí)

Com vaig sentir dir fa poc a un company, quan l’extrema dreta surt al carrer l’extrema esquerra no es pot quedar a casa.  No importa que ells siguin més ni que estiguin (per ara) millor organitzats: quan els dogmàtics parlen, criden, canten, ressen contra el dret de qualsevol persona a disposar del seu propi cos, de la seva pròpia vida, del seu propi destí… ens toca posar-nos davant i deixar clar que l’oposició és viva, recordar-los que seguim empenyent cada dia, fer-los ombra amb les nostres veus i els nostres cossos. Potser no els silenciarem ni avui ni demà, però continuarem donant la batalla als nostres carrers. A les nostres vides. Fins que callin. Fins que marxin.

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¿Deudas a la Revolución o cuentas pendientes? (Parte I)

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Llevo tiempo preguntándome qué papel tuvieron el discurso y la praxis feministas en la Revolución de Octubre. De manera similar a la historiografía de tantos otros momentos históricos, en la vasta literatura producida sobre el 17 no abundan ricas descripciones del papel que las mujeres tuvieron en la Revolución ni de cómo ésta cambió la vida de aquéllas. Y entendedme, hablar de Rosa Luxemburgo o Alexandra Kollontai no basta: me refiero a un análisis profundo y exhaustivo del  rol de las mujeres en el proceso revolucionario y de cómo las reivindicaciones feministas fueron integradas en él.

Explica Lidia Cirillo que durante los años inmediatamente posteriores a 1917 se aprobaron leyes y medidas sin precedentes en favor de la emancipación de las mujeres: las mujeres habían obtenido recientemente, por primera vez en el mundo, el derecho al voto; justo después de la Revolución se introdujo una forma de divorcio particularmente sensible a los intereses de las mujeres; se equipararon los derechos de los hijos legítimos e ilegítimos; se reconocieron los matrimonios de hecho para impedir que los hombres eludieran sus responsabilidades; se suprimió la potestad marital. Las mujeres obtuvieron permisos de maternidad y otros derechos laborales; se empezaron a esbozar proyectos para colectivizar el trabajo reproductivo y para crear una sólida red de servicios sociales; se introdujeron las cuotas tanto en las contrataciones como en los soviets; se realizaron cursos de formación política por los cuáles pasaron unos diez millones de mujeres en poco más de diez años; y se abolió la criminalización zarista de la homosexualidad. Estos avances, desafortunadamente, duraron poco y el régimen estalinista, entre otras cosas, prohibió el aborto de nuevo, volvió a ilegalizar y condenar la homosexualidad y limitó severamente el derecho al divorcio.

Independientemente de la tendencia contrarrevolucionaria posteriormente iniciada con el ascenso de Stalin al poder, coincido con Cirillo en que a pesar de lo rompedor (dado el contexto histórico) de las medidas tomadas a favor de la igualdad de las mujeres durante los primeros años de la Revolución, tales medidas no fueron suficientes para transformar las relaciones de género solidificadas durante siglos, y la proclamación de la igualdad formal se enfrentó irremediablemente con la realidad de la diferencia y la identidad de género. Costumbres, convicciones e imágenes patriarcales no sólo dificultaron la aplicación de las medidas mencionadas, sino que a menudo convirtieron a los hombres en principales beneficiarios de leyes que a priori habían sido pensadas y diseñadas para promocionar el avance social de las mujeres. Por ejemplo, fueron principalmente los hombres los que gozaron (nunca mejor dicho) de la libertad sexual, ya que las costumbres continuaban estigmatizando y castigando la sexualidad de las mujeres. Las nuevas formas de divorcio permitieron a los hombres eludir sus responsabilidades con mayor impunidad. La colectivización del trabajo reproductivo se quedó en papel mojado y, como resultado, las mujeres a menudo tuvieron que dividirse entre el cuidado de los hijos, el trabajo, la casa y sus obligaciones políticas de proletaria, “lo que dio lugar al modelo de mujer mecánica y polivalente, activa e incansable, Marta y Magdalena, que se encuentra en el origen de las reacciones intolerantes contra una emancipación tan penosa” (Cirillo 2002: 22). Es decir, como en tantos momentos históricos, incluyendo las transformaciones económicas iniciadas en el último tercio del siglo XX, la incorporación de la mujer al “espacio público”, aunque constituyó un avance, no la liberó automáticamente de su reclusión ideológica y física al “ámbito privado”, sino que en realidad contribuyó a la creación de una “doble” e incluso “triple” presencia y a veces sirvió para invisibilizar la continuación de su subordinación.

Quizás no es justo reprocharles a los intelectuales y obreros que encabezaron la Revolución de Octubre que no hicieran más de lo que hicieron, ya que la persistencia de la ideología patriarcal (de la que tanto revolucionarios como revolucionarias participaban en gran medida) en general no es algo que pueda eliminarse en un par de años o con unos cuantos decretos. Es cierto también que la Revolución apenas disfrutó de tiempo y de un contexto histórico favorable para desarrollar muchos de sus planes iniciales, con lo cuál tampoco sería justo juzgarla por lo que no llegó a hacer o por lo que no tuvo tiempo de corregir.

Sin embargo, la redención parcial resultante de su corta vida no puede eximir a los revolucionarios de entonces de haber tenido una imagen inadecuada de las relaciones de género. En este sentido, y girando mi mirada hacia el presente, aunque es necesaria una comprensión profunda y amplia de cómo las relaciones patriarcales se ven reflejadas en la organización formal de nuestra sociedad (leyes, estructura del mercado laboral, cuotas organizativas, etc.), tal esfuerzo suele ser en vano si simultáneamente no se lleva a cabo un análisis de cómo las desigualdades de género también se producen, perpetúan y enmascaran en nuestras prácticas cotidianas, en nuestras relaciones interpersonales, en nuestras actividades políticas, en nuestros discursos, en nuestros hábitos: la formalización de la igualdad en las normas no garantiza su realización en la práctica, la cuál requiere un trabajo profundo a nivel político, social, ideológico e incluso personal.

La corta vida de la Revolución de Octubre y todas las adversidades a las que se tuvo que enfrentar tampoco exime a los viejos bolcheviques de su frecuente hostilidad hacia el feminismo, en el que veían un peligroso factor de división de la Revolución. Tal hostilidad ha seguido presente en (gran) parte del pensamiento y la práctica comunista del último siglo y, aunque hoy en día se la encuentra pocas veces de forma abierta, sigue apareciendo de vez en cuando tomando la forma de una cierta indiferencia, escepticismo, invisibilización e incluso negación de la necesidad de la centralidad del prisma de género en cualquier proyecto político que se auto-considere emancipador. Mientras que no es nada fácil analizar de manera exhaustiva las razones prácticas tras esta indiferencia e invisibilización, a nivel teórico l@s marxistas (inclusive l@s autoconsiderad@s como feministas) a menudo mostramos dificultades a la hora de integrar el concepto de género con el de clase sin el que el primero sea presentado como subordinado al segundo. Sin embargo, y teniendo en cuenta todas las complejidades existentes, defender la centralidad del análisis y la lucha de clases no equivale automáticamente a sugerir que el género quede subsumido en ellos.

Si milito en IA es porque soy de la firme convicción de que aquí es posible, a la vez que necesario, entender (y denunciar) que el sistema capitalista intersecciona o se cruza con el patriarcado a la hora de ubicar a las personas y los grupos sociales en relaciones desiguales de poder. Cuál de los dos llegó antes o es más central es, a efectos prácticos y en la mayoría de los casos, irrelevante, y lo verdaderamente importante para poder combatirlos es entender cómo o bien juntos o por separado configuran nuestra existencia y nos matienen alejad@s de quiénes realmente queremos ser.


La irracionalidad del sentido común

zapatero

(Versió en català aquí)

Nos pide nuestro presidente del gobierno que en el actual momento de crisis económica tengamos confianza en nuestro país. A l@s más afectad@s por la crisis les pide que no pierdan la esperanza. Al resto les hace una llamada al compromiso colectivo que, particularmente para aquéllos que aún no han perdido su trabajo, se traduce en ser optimistas y seguir consumiendo. Contra más mejor.

Yo no soy economista, pero entiendo que su llamada al consumo es fruto del sentido común que guía la gestión del sistema capitalista, según el cúal, la circulación de dinero, en la que se incluye, entre otras, la circulación del dinero del pequeño consumidor, es 1) un factor clave para que el sistema siga en buen estado de salud y 2) uno de los principales síntomas de que el sistema funciona. Es decir, el consumo supuestamente tiene una doble función material y psicológica: cuando la gente gasta no sólo está impulsando de manera tangible la economía sino que también está reflejando el buen estado de ánimo de ésta, lo cuál, a su vez, incentiva la inversión, la creación de riqueza, el resultante aumento de puestos de trabajo, etc. Hablo de sentido común porque uno de los principales triunfos del capitalismo ha sido la hegemonización o sentidocomunalización de sus preceptos y la aceptación de éstos como los únicos racionales: cualquier explicación ubicada fuera de sus parámetros es poco rigurosa, idealista, naïve, arcaica y una larga lista de etcéteras que connotan irracionalidad.

Es como resultado de este monopolio del sentido común y la racionalidad que el presidente Zapatero se puede permitir el lujo de aparecer antes millones de espectadores y afirmar descaradamente que parte de la solución a la crisis reside en un aumento del esfuerzo consumidor y consumista de los ciudadanos, los cuáles, de manera no casual, somos los que estamos sufriendo los efectos más dramáticos y perversos del descalabro económico. Ante tal mezcla de falta de vergüenza e incoherencia, yo me pregunto ¿qué ha hecho este señor, junto a muchos otros señores, para ganarse el título de racional? ¿Realmente su apelación al consumo masivo responde al sentido común?

Desde mi humilde pero cabreada contra-racionalidad anticapitalista (que no es irracional) me pregunto ¿de qué narices le ha servido a la ciudadana de a pie gastar y consumir tanto? ¿No empezó esta crisis con miles de familias racionalmente consumiendo y comprando casas, entre otros bienes, que no se podían permitir? ¿No es cierto que el endeudamiento racional de la clase trabajadora, racionalmente promovido por las élites políticas y económicas, ha tenido un papel clave a la hora de mantener una (ficticia) paz social y posponer a corto plazo la conciencia y la lucha de clases? ¿Qué racionalidad ha habido tras la concesión de préstamos masivos y abusivos cuando estaba cantado que a la larga no se podrían devolver? Después de muy racionalmente promover el consumo durante décadas y crear un galopante (pero eso sí, racional) endeudamiento de las familias, ¿realmente pensaban que esta burbuja llena de falacias, de mentiras y de mierda nunca explotaría? ¿Acaso no son la crisis actual y el capitalismo per se fruto del mismo “¡consumid, consumid, malditos!” racional de siempre?

Vari@s de l@s que me leéis votáis a Zapatero. Incluso algun@s lo hacéis de manera entusiasta y convencida. De hecho, una de mis (pretenciosas) pretensiones a la hora de escribir aquí es haceros cambiar de opinión. A vosotros os pregunto: ¿Qué hay de racional en que el presidente Zapatero (léase principal gestor del sistema capitalista en el Estado Español en estos momentos) nos ofrezca como receta para los males que actualmente nos devoran exactamente el mismo comportamiento que se sitúa en la raíz de dichos males? Teniendo en cuenta los preocupantes datos macroeconómicos y de desempleo del cuarto trimestre del 2008, ¿de dónde se piensa el presidente Zapatero que vamos a sacar el dinero para seguir consumiendo, gastando y endeudándonos? ¿ Y de dónde se cree que vamos a sacar las ganas? ¿De dónde vamos a sacar la fe?

El difícil momento en el que nos encontramos nos tiene que servir, entre otras cosas, para empezar a desenmascarar y reemplazar la parcialidad del auto-proclamado sentido común que ha marcado el ritmo de nuestras vidas durante tanto tiempo. Consumimos y consumimos ¿y qué pasó? que aún así cientos de miles de personas perdieron y siguen perdiendo sus casas, sus trabajos, sus sueños, su futuro. Se quedaron con las manos vacías, y no hubo sentido común que los salvara ni que los vaya a aupar ahora.

Llevamos tiempo montad@s a una noria que, dado su mecanismo defectuoso y obsoleto, a medida que pasan los años, va aumentando de velocidad. Si bien fue supuestamente diseñada para que nos diéramos un par de viajes tranquilos y placenteros y contempláramos las vistas desde las alturas, su engranaje cada vez más sucio y oxidado ha acelerado el ritmo al que gira, y ahora estamos tod@s subid@s, dando vueltas a una velocidad fulminante y, a pesar del vértigo e indignación que esto nos provoca, no la van a parar para que nos bajemos. Mientras apretamos los dientes y las manos para, de manera más o menos precaria, mantenernos en nuestros asientos, contemplamos horrorizados como cada vez más gente, ante la imposibilidad de sujetarse más fuerte, se va cayendo al vacío.

Y a pesar de que el sentido común (el nuestro, el de verdad) indica la necesidad cada vez más urgente de gritar “¡que alguien pare este maldito trasto y lo lleve al vertedero!”, el presidente Zapatero se empeña en negar que la noria esté a punto de estallar en mil pedazos y le sigue poniendo parches al motor. Nos asegura que la solución está en quedarnos quietecit@s y bien agarrad@s a las barras y, si tenemos paciencia, buena voluntad y seguimos las reglas del juego, quizás, sólo quizás, algún día, y durante un rato, seremos capaces de disfrutar  de este desbocado viaje de locos, con sus subidas y bajadas esquizofrénicas, con sus crueles sacudidas, con su funcionamiento defectuoso, con su inercia propia y contradictoria… Éste es el sentido común del Presidente Zapatero y de la visión del mundo que él representa y defiende, pero de racional no tiene nada. Y de común aún menos.

Y para acabar una pequeña dosis de Sentido Común…

La historia de las cosas I

La historia de las cosas II

La historia de las cosas III