memòria

Moro‏

Clara Serrano. Se ha ido Moro, compañero de militancia, maestro y ser querido. Era una de las personas que más admiración me han despertado en mi vida. Moro infundía respeto, pero desde el lugar tan poco frecuentado de la humildad. Nunca daba lecciones a nadie, y sin embargo, cuánto hemos aprendido tod@s de él. Era una especie de punto medio entre la firmeza y la ternura. Recuerdo la alegría que daba encontrárselo en alguna asamblea o por Lavapiés, porque seguía vivo. A pesar de que la enfermedad iba avanzando, su inolvidable voz siempre se mantuvo viva y firme, igual que sus ideas.Daba igual cuando hablara, en qué contexto, y ante quién. Siempre lo hacía desprendiendo claridad, gracias a su esfuerzo por hacerse entender. Jamás hablaba para demostrar lo que sabía, sino que hablaba para los demás. Era generoso, incondicionalmente generoso. Recuerdo una frase que dijo una vez, y que se me quedó grabada para siempre: l@s revolucionari@s no podemos mostrarnos ante la gente como una especie de superhéroes morales, como personas ejemplares que se encuentran por encima del resto, porque no lo estamos. Debemos mostrarnos como somos, como gente normal y humilde pero comprometida con la transformación del mundo para hacer que sea un lugar más justo. Así veía yo a Moro, como un tío normal, pero con una luz especial, admirable por su compromiso político y militante. Es una suerte para el mundo que existan personas como él, y una suerte infinita haberlo conocido. Me gustaría dedicarle esta canción de Nina Simone que lleva todo el día sonando en mi cabeza. Una vez le oí decir que era su canción preferida, y desde entonces, muchas veces cuando la escucho me viene su recuerdo. Que siga siendo así. Te debemos mucho, Moro. Gracias y besos.

Moro no pertenece al pasado sino a lo que aspiramos a convertirnos

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Sandra Ezquerra.

“No hay más que mirar el esqueleto de artículo que tengo delante.  Allí dice en la primera página “relevo”.  No es una idea muy original, pero es verdad que eso es lo importante. Pasamos el testigo. Hemos recorrido el trayecto que nos tocó, tan distinto del que habíamos imaginado, con todas nuestras fuerzas.  No estamos cansados.  Aún con todos los obstáculos y tropiezos, nos ha gustado la carrera. Y ahora estamos satisfechos de dejar el testigo en manos que también son las nuestras y seguir adelante. Esto es lo que cuenta y todo lo demás es secundario” (Miguel Romero en Combate 518 citado por Manolo Garí).

Nunca le leí estas líneas antes de que nos dejara pero curiosamente resumen a la perfección lo que fue Moro para mí y creo que para mucha gente como yo: símbolo vivo, vivísimo, de un legado que reivindicamos aunque evitáramos, como él lo hacía, su tiranía; referente de luchas, de momentos, de aprendizajes, de complicidades, que nunca vivimos de primera mano pero que intuimos como parte de nuestro ADN; memoria andante de un pasado que contradice el presente de la historia oficial; ejemplo de una vida en rebeldía, donde los años dan perspectiva pero no doman. Donde el final del camino nos reafirma en los motivos por el que lo emprendimos.

Yo no luché junto a Moro contra la dictadura, ni compartí la clandestinidad, ni el 68. No lo hice. Y sin embargo ha sido un honor enorme contar con alguien dispuesto a trazar la línea entre la memoria y el presente, donde es precisamente esa memoria lo que nos hace existir o, como solemos decir, “porque fueron somos”.  Moro fue de los que disfrutaba la carrera y la dejaba disfrutar. Nunca pretendió ahorrarnos equivocaciones. Ni aciertos. Ni desatinos. La dignidad caracterizó su presencia en todas las casillas de la partida; tanto las trincheras como la retaguardia; tanto la enfermedad como el adiós. Respetuosamente tozudo, le recuerdo mientras tomábamos café en Lavapiés haciéndome sentir bien sin darme la razón; escribiendo de forma terriblemente inspiradora contra el sectarismo; añorando en Granada a Trotsky sin temer ahuyentar a los dogmas trotskistas; en Barcelona traspasándonos sus conocimientos con una humildad pocas veces vista. No sé si era consciente de cuánto nos hacía aprender desde la barrera! Sin disimular su fe en nuestra generación. Increíblemente capaz de hacernos sentir, aunque fuera mediante silencios, que, efectivamente, nuestras manos también eran las suyas.

“Porque fueron somos” y “porque somos serán”. Los recuerdos de Moro no pertenecen al pasado sino a lo que aspiramos a convertirnos. Tenaces, capaces, ambiciosos, honestas, irreductibles. Para una generación huérfana de referentes y de grandes gestas, nacida en la desmemoria y errante en numerosos desiertos, la huella de Miguel Romero se vislumbra en el barro y nos obliga a querer ser un poco mejores. Nos obliga a aceptar el testigo sin vacilar aunque, eso sí, con la enorme responsabilidad de no defraudarle. Nos impone, en definitiva, centrarnos en lo que realmente cuenta. Y todo lo demás, lo secundario, eso Moro diría que ya da igual.