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Justicia de género para cambiar el mundo

Sandra Ezquerra & Xavier Domènech | Público. Es un clásico en los períodos electorales. A medida que se aproxima la cita con las urnas, los partidos sacan sus calculadoras, y filones de votos tan poco homogéneos como las mujeres se convierten en objetos de deseo de agresivas campañas de marketing.

Pregunten sino a los flamantes candidatos de Ciudadanos. Después de que el CIS anunciara recientemente que únicamente el 11% de las mujeres simpatizan con la formación naranja, y mediante titulares efímeros que buscan acallar sus propias incoherencias, se han apresurado a lanzar una cínica operación de blanqueo (de cara) con la que parecen erigirse como la nueva vanguardia de la lucha por los derechos femeninos. Sus candidatos se quejan de las falsas denuncias de las mujeres en materia de violencia machista o se muestran contrarios a medidas para favorecer la paridad de género, si bien en esta última cuestión, y en aras de promover políticas que mejoren el bienestar de amplios sectores de la población, proponen, como excepción, reformar la constitución española para eliminar la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión en la jefatura del Estado. Su programa, por otro lado, devuelve la violencia machista al armario de la domesticidad donde los hombres también son considerados víctimas o propone graves retrocesos en el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. Como si tales despropósitos no fueran suficientes, sus ruedas de prensa presentan ambiguas medidas sobre racionalizaciones de horarios y trabajos, así como sobre escuelas infantiles y desgravaciones fiscales diseñadas por sus neoliberales economistas, los cuales, como buenos economistas neoliberales que son, visualizan la igualdad de género o la legalización de la industria del sexo como meras variables instrumentales para el funcionamiento del libre mercado y el crecimiento del PIB.

Más allá de poses y oportunismos, los partidos políticos adolecen de graves estrabismos en materia de género: o bien subordinan las políticas de igualdad a la productividad económica o bien promueven las desigualdades mediante la especialización de las mujeres en el cuidado familiar. Sin embargo, la entrada de las mujeres en el mercado laboral se ha visto caracterizada por una multiplicación de sus dobles jornadas, así como de una galopante discriminación laboral, salarial y en materia de derechos sociales. Por otro lado, las políticas de promoción de los roles tradicionales de género no han hecho más que promover el aislamiento de miles de mujeres en el ámbito privado y minar su autonomía, sus derechos económicos y su participación en otros ámbitos de la vida social. Nada de esto nos sirve ya.

Los feminismos nos han enseñado que las raíces de las desigualdades entre hombres y mujeres son profundas y tienen múltiples dimensiones. Es por ello que ha llegado el momento de reivindicar sin tapujos también en la arena institucional una verdadera justicia de género en el sentido más complejo y poliédrico, lo cual pasa por tener claro que los “problemas de las mujeres” no se reducen a retocar permisos ni cuotas, sino que pasan por promover nuevas lógicas materiales, simbólicas y políticas que nos permitan a todas y a todos participar como interlocutores plenos en la vida social.
El “problema de las mujeres” yace en que sufren mayores tasas de pobreza y explotación, así como una preocupante inequidad en los ingresos respecto a los hombres; fruto en parte de las miopes políticas de igualdad impulsadas por gobiernos considerados de izquierdas, sufren, además, una grave pobreza de tiempo que las obliga a hacer imposibles malabarismos entre las fragmentadas esferas de sus vidas, y tiene negativos impactos sobre su salud y su bienestar. Sufren, a su vez, una sistemática falta de respeto por parte de la sociedad, que trivializa sus actividades y sus saberes, las agrede, las trata como objetos o como putas o como niñas o como víctimas. Sufren también una marginación social que las deja fuera de los espacios de participación colectiva y las recluye a los ámbitos considerados femeninos. Sufren, finalmente, una vida social androcéntrica formada por instituciones diseñadas por y para hombres, y a menudo hostiles a formas de vida distintas a las pensadas como masculinas.

Una reivindicación clara de la justicia de género pasa, en este sentido, por abordar las causas de las dificultades materiales de las mujeres, pero también de su desvalorización en el ámbito de lo simbólico y su exclusión de los espacios de participación. La injusticia de género que sigue prevaleciendo en nuestras vidas tiene un claro carácter sistémico y, por ende, también deben tenerlo las respuestas para combatirla y erradicarla: políticas globales y desacomplejadamente feministas que se propongan la descodificación de género de actividades, espacios y roles, así como subvertir su importancia como principio estructural que atraviesa el mercado laboral, el espacio público, el ámbito cultural, la esfera educativa, las instituciones públicas, las comunidades y también los hogares.

Vivimos momentos de transformación. La ciudadanía se mueve, se organiza, inventa nuevas maneras de hacer política, toma las instituciones sin dejar las calles y demuestra que hay alternativas. El feminismo no es una excepción. Plantea propuestas integrales e innovadoras y, lejos de conformarse con que algunos utilicen los “problemas de las mujeres” para arañar puntos en las encuestas, denuncia el agotamiento de los axiomas que yacen tanto tras las políticas de igualdad de las últimas décadas como tras las de aquellos partidos que continúan queriendo a las mujeres calladas y sumisas. Sigamos el camino que abre. Resulta imprescindible, hoy más que nunca, participar en el cambio y, ante los que se proponen dinamitarlo o convertirlo en recambio, trabajar para que se extienda y crezca mediante fórmulas valientes y novedosas. Contagiémonos y contagiemos. Mezclemos saberes y voluntades. Nueva política para reinventar la vida. Justicia de género para cambiar el mundo.

Articulo publicado el 01/12/2015 en Publico.es